La parábola de los ciegos y el elefante
La parábola de los ciegos y el elefante, es originaria de la India y ha trascendido fronteras y épocas para convertirse en una poderosa lección sobre la incapacidad humana para conocer la totalidad de la realidad y adentrarnos en concepto de realidad parcial que experimentamos. Nuestra experiencia personal tiende a influir en nuestras opiniones, llevándonos a creer que siempre tenemos la razón. Sin embargo, al reflexionar sobre esta fábula, nos damos cuenta de que las personas que piensan de manera diferente y ven las cosas desde otro punto de vista también pueden tener su verdad.
Es un recordatorio de la importancia de escuchar y respetar las perspectivas ajenas, reconociendo que la verdad puede ser multifacética y que nuestra visión individual es solo una parte de la realidad más amplia. La parábola de los ciegos y el elefante nos invita a practicar la humildad intelectual y a estar abiertos a aprender de las experiencias y conocimientos de los demás.
A lo largo del tiempo, esta fascinante historia ha sido utilizada para expresar la relatividad, la opacidad y la naturaleza inexpresable de la verdad, así como para reflexionar sobre el comportamiento de los expertos en campos donde hay un déficit o falta de acceso a la información.
Su mensaje va más allá de lo religioso, resonando en distintas culturas y creencias. Esta parábola ha encontrado su lugar en las tradiciones jainista, budista, sufi e hindú, traspasando barreras geográficas y culturales. Además, se ha vuelto popular en Europa y América, capturando la imaginación de generaciones y trascendiendo generaciones.
En el siglo XIX, el poeta John Godfrey Saxe creó su propia versión en forma de poema, añadiendo un toque artístico y literario a esta milenaria enseñanza (ver más abajo la versión de J. Godfrey). Desde entonces, la historia ha sido publicada en innumerables libros para adultos y niños, suscitando diversas interpretaciones que nos invitan a reflexionar sobre la comunicación, la objetividad y el respeto por las perspectivas diferentes a las nuestras.
En resumen, la parábola de los ciegos y el elefante nos recuerda que la verdad es multifacética y que nuestra percepción limitada puede llevarnos a interpretaciones parciales. Nos invita a reflexionar sobre la humildad en nuestra búsqueda de la verdad, la importancia de escuchar y comprender a los demás, y la necesidad de respetar las múltiples perspectivas que enriquecen nuestra experiencia humana. Al interiorizar estas enseñanzas, podemos cultivar una mentalidad más compasiva, tolerante y abierta, que nos guíe hacia una comprensión más profunda y armónica del mundo que compartimos.
La parabola
Hace más de mil años, en el Valle del Río Brahmanputra, vivían seis hombre ciegos que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era de todos el más sabio.
Para demostrar su sabiduría, los sabios explicaban las historias más fantásticas que se les ocurrían y luego decidían de entre ellos quién era el más imaginativo.
Así pues, cada tarde se reunían alrededor de una mesa y mientras el sol se ponía discretamente tras las montañas, y el olor de los espléndidos manjares que les iban a ser servidos empezaba a colarse por debajo de la puerta de la cocina,
Sin embargo, llegó el día en que el ambiente de calma se turbó y se volvió enfrentamiento entre los hombres, que no alcanzaban un acuerdo sobre la forma exacta de un elefante. Las posturas eran opuestas y como ninguno de ellos había podido tocarlo nunca, decidieron salir al día siguiente a la busca de un ejemplar, y de este modo poder salir de dudas.
El primero de todos, el más decidido, se abalanzó sobre el elefante preso de una gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las prisas hicieron que su pie tropezara con una rama en el suelo y chocara de frente con el costado del animal.
-¡Oh, hermanos míos! -exclamó- yo os digo que el elefante es exactamente como una pared de barro secada al sol.
Llegó el turno del segundo de los ciegos, que avanzó con más precaución, con las manos extendidas ante él, para no asustarlo. En esta posición en seguida tocó dos objetos muy largos y puntiagudos, que se curvaban por encima de su cabeza. Eran los colmillos del elefante.
-¡Oh, hermanos míos! ¡Yo os digo que la forma de este animal es exactamente como la de una lanza…sin duda, ésta es!
El resto de los sabios no podían evitar burlarse en voz baja, ya que ninguno se acababa de creer lo que los otros decían. El tercer ciego empezó a acercarse al elefante por delante, para tocarlo cuidadosamente. El animal ya algo curioso, se giró hacía él y le envolvió la cintura con su trompa. El ciego agarró la trompa del animal y la resiguió de arriba a abajo notando su forma alargada y estrecha, y cómo se movía a voluntad.
-Escuchad queridos hermanos, este elefante es más bien como…como una larga serpiente.
Los demás sabios disentían en silencio, ya que en nada se parecía a la forma que ellos habían podido tocar. Era el turno del cuarto sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal, que se movía para asustar a los insectos que le molestaban. El sabio prendió la cola y la resiguió de arriba abajo con las manos, notando cada una de las arrugas y los pelos que la cubrían. El sabio no tuvo dudas y exclamó:
-¡Ya lo tengo! – dijo el sabio lleno de alegría- Yo os diré cual es la verdadera forma del elefante. Sin duda es igual a una vieja cuerda.
El quinto de los sabios tomó el relevo y se acercó al elefante pendiente de oír cualquiera de sus movimientos. Al alzar su mano para buscarlo, sus dedos resiguieron la oreja del animal y dándose la vuelta, el quinto sabio gritó a los demás:
-Ninguno de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un gran abanico plano – y cedió su turno al último de los sabios para que lo comprobara por sí mismo.
El sexto sabio era el más viejo de todos, y cuando se encaminó hacia el animal, lo hizo con lentitud, apoyando el peso de su cuerpo sobre un viejo bastón de madera. De tan doblado que estaba por la edad, el sexto ciego pasó por debajo de la barriga del elefante y al buscarlo, agarró con fuerza su gruesa pata.
-¡Hermanos! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera.
Ahora todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera del elefante, y creían que los demás estaban equivocados. Satisfecha así su curiosidad, volvieron a darse las manos y tomaron otra vez la senda que les conducía a su casa.
Otra vez sentados bajo la palmera que les ofrecía sombra y les refrescaba con sus frutos, retomaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante, seguros de que lo que habían experimentado por ellos mismos era la verdadera forma del elefante.
Seguramente todos los sabios (especialistas) tenían parte de razón, ya que de algún modo todas las formas que habían experimentado eran ciertas, pero sin duda todos a su vez estaban equivocados respecto a la imagen real del elefante.
La perdida de una visión global de la boca genera bastantes incovenientes y distorsiones en el diagnóstico. Creo que el especialista es una figura necesaria, pero para el paciente a mi modo de ver es mejor que sea referido por un dentista con una visión más general, que va a poder determinar cual es la prioridad del paciente, para dirigirlo en caso de necesidad hacia el especialista más oportuno.
Buda: Los ciegos y el elefante
Extracto del libro Buda. Vida y pensamiento, de André Bareau.
(fuente: mimajestad.blogspot.com)
En dos ocasiones, Buda Gautama empleó la parábola de los ciegos confundidos. En el Canki Sutta, la describe como una fila de ciegos que se toman unos a otros como ejemplo de aquellos que siguen ciegamente un texto antiguo que ha pasado de generación en generación, similar a los Evangelios cristianos (Mateo 15.14), donde se hace referencia a que los ciegos guían a los ciegos. En el Udana (68-69), Buda utiliza esta parábola del elefante para ilustrar las luchas sectarias. En este relato, un rey reúne a varios ciegos de su capital en su palacio, los coloca frente a un elefante y les pide que lo describan.
Entonces dijo Buda: “Oh monjes, existía antaño un rey llamado Rostro de Espejo. Reunió un día a unos ciegos de nacimiento y les dijo: ‘Oh ciegos de nacimiento, ¿conocéis a los elefantes?’ Respondieron: ‘Oh gran rey, no los conocemos. No tenemos ninguna noción de ellos’. El rey les dijo entonces: ‘¿deseáis conocer su forma?’. ‘Sí, ciertamente deseamos conocer su forma’. Ordenó entonces el rey a sus seguidores que trajeran un elefante y a los ciegos que tocaran al animal con sus propias manos.
Entre éstos, algunos cogieron la trompa al palpar al animal y les dijo el rey: ‘Eso es el elefante’. Los demás, al palpar al elefante, tocaron unos la oreja, otros los colmillos, otros la cabeza, otros el lomo, otros un lado, otros un mulso, otros la pata anterior, otros la huella de las pisadas, otros la cola. A todos les decía el rey: ‘Esto es el elefante’.
Entonces el rey Rostro de Espejo hizo que retiraran el elefante y preguntó a los ciegos: ‘¿De qué naturaleza es el elefante?’. Los ciegos que habían tocado la trompa dijeron: ‘El elefante se semejante a un timón curvo’. Los que había tocado la oreja dijeron: ‘El elefante es semejante a un harnero’. Los que habían tocado un colmillo dijeron: ‘El elefante es semejante a una maza’. Lo que habían tocado la cabeza dijeron: ‘El elefante es semejante a un caldero’. Los que habían tocado el lomo dijeron: ‘El elefante es semejante a un montículo’. Los que habían tocado un lado dijeron: ‘El elefante es semejante a un muro’. Los que habían tocado un muslo dijeron: ‘El elefante es semejante a un árbol’. Los que habían tocado la pata anterior dijeron: ‘El elefante es semejante a una columna’. Los que habían tocado la huella de las pisadas dijeron: ‘El elefante es semejante a un mortero’. Los que habían tocado la cola dijeron: ‘El elefante es semejante a una cuerda’.
Se acusaron todos unos a otros de estar equivocados. Unos decía ‘Es así’. Los demás replicaban: ‘No es así’. En lugar de aplacarse, la discusión se convirtió en una querella. Cuando vio esto el rey, no pudo menos que reírse, y luego pronunció esta estancia: ‘Los ciegos aquí reunidos discuten y se pelean. El cuerpo del elefante es naturalmente único. son las distintas percepciones las que han provocado estos errores divergentes’.
“Oh monjes, lo mismo ocurre con las diversas doctrinas de los heterodoxos. No conocen ni la verdad del dolor, ni la verdad del origen, ni la verdad del cese, ni la verdad de la vía.
Cada uno de ellos produce una opinión distinta de las de los demás y se critican mutuamente. Cada uno de ellos pretende tener razón, y eso provoca discusiones y peleas.
Los religiosos y los brahmanes que puede conocer según la realidad la noble verdad del dolor, la noble verdad del origen del dolor, la noble verdad del cese del dolor, la noble verdad de la salida del dolor, ésos reflexionan por sí mismos y están de acuerdo entre ellos. Tienen la misma experiencia, el mismo maestro, la misma agua, la misma leche. Arden por la ley de Buda y permanecen mucho tiempo en la felicidad de la quietud”.
(Dïrghaägama, Lokaprayñaptisütra, edición de Taishö Issaikyo, nº 1, pp. 128c-129a.)
En 1876, el satírico estadounidense John Godfrey Saxe (1816-1887) publicó un libro de poemas que incluía su propia versión de una antigua parábola de origen indio. Aunque en su época no obtuvo reconocimiento ni fama, logró introducir esta poderosa historia en el mundo occidental, dejándola como un valioso legado para las generaciones futuras de lectores y pensadores. Su adaptación de la parábola de los ciegos y el elefante resonó con la audiencia occidental, transmitiendo el mensaje atemporal sobre la relatividad de la verdad y la importancia de respetar las perspectivas diversas. Con el tiempo, esta historia se ha convertido en un relato icónico que continúa inspirando a las personas a reflexionar sobre la humildad intelectual y la necesidad de escuchar y comprender diferentes puntos de vista.
Los ciegos y el elefante por John Godfrey Saxe (1816-1887)
Seis eran los hombres de Indostán,
tan dispuestos a aprender,
que al Elefante fueron a ver
(Aunque todos eran ciegos),
Pensando que mediante la observación
su mente podrían satisfacer.
El primero se acercó al elefante,
Y cayéndose
sobre su ancho y robusto costado,
en seguida comenzó a gritar:
“¡Santo Dios! ¡El elefante
es muy parecido a una pared!”
El segundo, palpando el colmillo,
exclamó: -“¡Caramba! ¿Qué es esto
tan redondo, liso y afilado?
Para mí está muy claro,
¡esta maravilla de elefante
es muy parecido a una lanza!”
El tercero se acercó al animal,
y tomando entre sus manos
la retorcida trompa,
valientemente exclamó:
“Ya veo,” dijo él, “¡el elefante
es muy parecido a una serpiente!”
El cuarto extendió ansiosamente la mano
y lo palpó alrededor de la rodilla:
“Evidentemente, a lo que más se parece esta bestia
está muy claro,” dijo él,
“‘Es lo suficientemente claro que el elefante
¡es muy parecido a un árbol!”
El quinto, quien por casualidad tocó la oreja,
Dijo: “Incluso el hombre más ciego
es capaz de decir a lo que más se parece esto;
Niegue la realidad el que pueda,
Esta maravilla de elefante
¡es muy parecido a un abanico!”
El sexto tan pronto comenzó
a tantear al animal,
agarró la oscilante cola
que frente a él se encontraba,
“Ya veo,” dijo él, “¡el elefante
es muy parecido a una cuerda!”
Y así estos hombres de Indostán
discutieron largo y tendido,
cada uno aferrados a su propia opinión
por demás firme e inflexible,
aunque cada uno en parte tenía razón,
¡y al mismo tiempo todos estaban equivocados!
MORALEJA:
Así también, a menudo en las guerras teológicas
los contendientes, pienso yo,
discuten en la total ignorancia
de lo que el otro quiere decir;
y parlotean acerca de un elefante ¡que ninguno de ellos ha visto!
Versión en video para los más peques: